Mario Daniel Casas

Proyectos


Los siguientes proyectos son propuestas disponibles para editoriales:

Juanito Funes

(Mitología clásica. 180-200 páginas. Contacto por e-mail: taller.personalizado@mariodcasas.com)

1

“Soy cordobés. Me gusta el vino y la joda y lo tomo sin soda porque así pega más.” Así comienza un tema de cuarteto. Viene a cuento porque yo también soy de Córdoba, Argentina, sólo por eso. Apenas si me mojo los labios con cerveza o con fernet durante los asados que suelo compartir con compañeros de trabajo. Nunca permito que el alcohol me haga perder la compostura. Roberto Carlos y yo concordamos en la siguiente frase: “Quiero tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar” Por ejemplo: La vez pasada alguien de Villa Del Rosario se dirigió a mí diciendo: “Che, Cabezón”. Le contesté sin pensarlo: ¿Qué querés Che Orejas de Tetera?” Gracias a Dios que había sido moderado con el consumo de alcohol ese día. Sopesé rápidamente los posibles alcances de lo que acababa de decir. Y agregué que se trataba de una broma, por supuesto. Dado que nunca le busco pelea a nadie no iba a hacer una excepción, justamente, con alguien más alto que una puerta y que pocos años antes fue boxeador y campeón en la categoría Peso Pesado. Volviendo a la anécdota que estaba contando, el gigante se rio de mi atrevimiento y luego me invitó a sentarme a su mesa para almorzar. Durante ese asado no tuve que preocuparme por decir otra frase inconveniente impulsado por el alcohol porque me ocupé de no beber más que gaseosa.

Soy Juanito Funes, pero nadie se acuerda ni de mi nombre en Córdoba. Yo sí. Yo me acuerdo de todo. Por eso me gusta tanto leer, porque en la sobremesa de todos los asados que comparto con amigos y compañeros de trabajo les cuento algo de lo que leo. Lo último que estuve leyendo fue la mitología grecorromana. Sus personajes sí que tuvieron la capacidad de hacer hasta lo increíble. También, les sucedía de todo un poco o un chingo, como suelen decir los mexicanos. Bueno, ya que tengo la boca abierta primero tomo otro traguito de fernet con cola y después te cuento:

Para mí, los dioses principales de los griegos eran doce o trece. Vivían en una montaña que se llamaba y se llama Olimpo, porque todavía está. Se parecía al monte Uritorco de Córdoba, pero ambos picos, entre otros detalles, se diferenciaban en cuanto al grado de libertad para visitarlo: a la montaña de Capilla Del Monte la escalan libremente, luego de abonar entrada, personas deseosas de toparse con seres de otros planetas o con sus naves espaciales, en cambio, al monte griego no tenía acceso cualquier hijo de vecino. Quien no era invitado por los dioses tenía prohibido el ingreso. Si alguien que no era dios iba por su cuenta o lo expulsaban apelando a un número indeterminado de patadas en el trasero, quedando como una bolsa colmada de fragmentos de huesos por tanto rebotar contra las rocas de la ladera o lo convertían en peperina y lo usaban para tomar mate o tereré, según la preferencia del dios involucrado.

Esa montaña, así como era de sagrada era de terrible. Cuando llovía los rayos y los truenos eran tan potentes que algunas rocas estallaban transformándose en dos dunas cercanas la una de la otra: una de arena fina y la otra de arena gruesa. El agua caía por las laderas formando cascadas. Aquella tenía dos virtudes: era pura y tenía la capacidad de mantenerse siempre fresca, como recién sacada de una heladera que aún no se había inventado. Al pié del Olimpo existía una aldea cuya fuente de trabajo era el envasado del agua fresca en botellas plásticas reciclables, amigables con el medio ambiente.

Pero los dioses habían construido sus palacios valiéndose de una arquitectura totalmente a prueba de cualquier evento de índole meteorológico. Todos se alzaban por encima de las nubes, sus paredes ni siquiera se sometían a los efectos de la humedad. De tal manera, los dioses no conocían los efectos de una tormenta en sus moradas, jamás vieron en sus jardines el rítmico balanceo de la vegetación por acción de los vientos. Gozaban de un clima de eterna primavera, tan tranquilo que los aburría. De tanto en tanto bajaban al mundo de los mortales tan sólo para entretenerse con el espectáculo que les ofrecía una tormenta eléctrica y ventosa. Eso sí, siempre tenían luz, no como acá que vuelta a vuelta la cortan.

Los doce dioses más influyentes tenían palacio propio, tal como sucede en nuestro mundo de mortales con los presidentes, jeques, dictadores y otras yerbas, pero el más impresionante y lujoso lo tenía Zeus, porque era el presidente de todos los inmortales. En esa modesta residencia, que era una especie de complejo de hoteles del tamaño de una ciudad como el Vaticano también vivían tres grupos de mujeres inmortales: Las Gracias, las Musas y las Horas que desempeñaban distintos roles. Todas eran vírgenes, porque Zeus, dentro de lo posible, sostenía una buena conducta en su propia casa, no fuera cosa que le hicieran un juicio político.

La fiesta empezaba temprano en el Olimpo. Apenas Aurora, asistente de Apolo, abría la tranquera del cielo su jefe ingresaba al palacio del presidente abordo de una jardinera, acompañado de su viola. Pronto acudían los residentes de los palacios vecinos. Al cabo, las Gracias perreaban con suma elasticidad y las Musas, siempre tan pálidas como la luna después de la lluvia, cantaban a coro temas lentos. Todos estaban más contentos que perro con un ramillete de colas.

De vez en cuando hacían una pausa para descansar. En esos momentos aparecía una diosa llamada Hebe portando una bandeja de plata repleta de copas de oro. Servía jugo de flores, aclaro que los dioses no se embriagaban, y también invitaba con Ambrosía, que era un licor de la bodega de Zeus, que tampoco era útil para emborracharse, pero que les confería la vida eterna.

Así de mal la pasaban hasta que llegaba la noche. Después que Zeus recitaba su famosa frase “Taza, taza, cada cual a su casa”, luego que las paredes y el piso dejaban de temblar bajo los efectos de su atronadora voz y tras la retirada de los invitados a sus respectivos domicilios, la virgen Hestia, aunque era más hermosa que un mundo sin pandemia, se quedaba sola, como si fuera dueña de casa, haciendo guardia para que no se apagaran ni la luna ni las estrellas.

La madre de Las Horas se llamaba Temis. La doña ejercía el cargo de Ministra de Justicia, o sea que su función primordial era acomodar los tantos en el barrio del Olimpo y en el mundo. Para ser más preciso: Fue puesta en funciones para evitar que la relación entre dioses y mortales se convirtiera en un desastre olímpico. Solía sentarse al lado de Zeus para aconsejarlo y calmarlo cuando lo notaba nervioso, porque era de enfurecerse con frecuencia y de ordenar castigos desmedidos o injustos cuando ella no lograba atemperarle los impulsos.

Cuando una orden no estaba bien pensada Temis le mandaba un mensaje de texto a la diosa Iris tras suavizarla un tanto. La mencionada abordaba el avión invisible, ese mismo que tiempo después compró la Mujer Maravilla en un remate, y bajaba de volada a llevárselo a quien fuera. Cuando el mandado estaba cumplido volvía a toda velocidad al Olimpo, se servía Ambrosía en las rocas y se recostaba en un sofá de su living sin sacarse ni las sandalias hasta que Temis le enviaba otro mensaje.

Las Parcas, hijas de Temis, se desempeñaban como administrativas del Poder Legislativo, en un palacio de bronce. Tenían la mala costumbre de escribir en las paredes los destinos humanos más sobresalientes y también de dibujar florecitas y corazones diminutos en el bronce. Después no había forma de borrar tamaña imprudencia.

Se llamaban Láquesis, Cloto y Átropos. Cada una tenía un escritorio grande y bien lustrado. Las tres estaban más buenas que comer el pollo con la mano. Todos los días iban a cumplir con su labor bien maquilladas y vestidas como para matar, porque de eso se ocupaban, siguiendo las órdenes de Zeus. Escribían el destino de cada mortal en legajos, detallando todos los buenos y malos momentos de cada vida y fijando el día de fallecimiento de cada quien.

Los dioses se empeñaban en prolongar la alegría en sus existencias. Por ejemplo: apenas terminaban una de sus fiestas ya estaban empezando otra. ¿Te puedes imaginar eso?

Ahora te voy a decir el nombre de los dioses más importantes para que te vayas acordando. Las diosas eran unas hembras divinas, y los dioses eran más apuestos que cualquiera de los actores de cine más famosos del momento. Te diré los nombres que le daban los griegos, porque los romanos después les cambiaron el nombre a todos, eso no sé por qué, pero así fue. Eran: Zeus, Apolo, Ares, Hefestos, Hermes y Poseidón. Ellas se llamaban: Hera, Atenea, Afrodita, Hestia, Artemisa y Deméter. Eran como dos selecciones de vóley. Aparte había otros dioses que luego les iré diciendo quiénes eran y qué hacían. Uno era Hades, hermano de Zeus, que no vivía en el Olimpo porque se hacía cargo del mundo subterráneo, otro era Dionisos, que fue el último en mudarse al Olimpo por culpa de su alcoholismo. Prometo hablarte de él más adelante.

Mario D. Casas

Proyecto número 2

El Cordobés

(Mitología Clásica. 180-200 páginas. Versión localista. Contacto por e-mail: taller.personalizado@mariodcasas.com)

1

Yo me puse El Cordobés porque con ese apodo puedo i’ a cualquier lado sin pasa’ vergüenza ni peliame con nadie. La vez pasada un grandote de Villa Del Rosario me dijo “Che, Cabezón”. Le contesté sin pensa’lo: “¿qué queré’ che Oreja ‘e Tapa ‘e Yerbera?” Como vi que se estaba por encula’ le tuve que deci’ que era un chistecito, más vale. Mirá si le voy a anda’ buscando quilombo a un coso que tiene la altura de una puerta y que tiene más lomo que Betos. Soy Juancito Funes pero nadie se acuerda en Córdoba. Yo me acuerdo de todo, por eso me gusta tanto leer porque en la sobremesa de todo’ los asado’ que tengo con los compañero’ de laburo me pongo a conta’ algo de lo que leí. Lo último que anduve leiendo eran las historia’ de los diose’ de la Grecia. Bueno, ya que estamo’, te cuento:  

Para mí, los diose’ más mejore’ de la Grecia eran doce o trece. Todos vivían en una sierra que se llamaba y se llama Olimpo, porque todavía está. Vendría a se’ como el Uritorco de acá, de Córdoba, pero distinto, porque al de acá se trepan un montón de vago’ pa’ sapiá los platillo’ voladore’, en cambio al de allá el que no era invitado por los diose’ no podía ni subi’se. Si alguno que no era dios iba por su cuenta o lo bajaban a los patadone’ y quedaba como bolsita ‘e huesos de tanto rebota’ contra los piedrone’ o lo convertían en peperina y lo usaban pa’l mate.

La cuestión es que esa montaña así como era de sagrada era de terrible. Cuando llovía los rayo’ y los trueno’ eran alevoso’. El agua caía a baldazo’ por las ladera’. Pero los diose’ tenían sus palacio’ más allá de las nube’, así que nunca tenían tormenta ellos, ni viento siquiera que balanceara los arbolito’ de los jardine’. El clima que tenían era tranqui, de eterna primavera y siempre tenían luz, no como acá que vuelta a vuelta la cortan.

Los doce diose’ más capo’ tenían palacio propio, eso sí era como acá, pero el más mejor lo tenía Zeus, porque era el presidente de todos los inmortale’. En ese caserón vivían también tres grupo’ de minas inmortale’: Las Gracias, las Musa’ y las Hora’ que hacían distintos laburo’. Todas eran vírgene’, porque Zeus no le pegaba a los perros ajeno’ en su propia casa. La cosa era que’l jolgorio empezaba temprano por allá. Apenas la Aurora abría la tranquera del cielo Apolo entraba al palacio del presidente con su jardinera, su viola y enseguida llegaban los vecino’. Entonce’ las Gracia’ bailaban con buena onda y las Musa’, blanquitas ella’, porque no les gustaba toma’ sol, cantaban a coro temas lento’. Todos estaban chocho’.

De vez en cuando hacían una pausita pa’ descansa’ y aparecía una flaquita que se llamaba Hebe con una bandeja de plata hasta las mano’ de copas de oro. Servía jugo de flores, aclaremo’ que los diose’ no se mamaban y también invitaba con Ambrosía, que era un licor de la bodega de Zeus, que tampoco servía pa’ escabia’, pero ese era el mejunje que los hacía vivi’ pa’ siempre.

Así de mal la pasaban hasta que llegaba la noche. Después que cada uno rumbiaba pa’ su rancho, la virgen Hestia, aunque era una bestia de linda, se quedaba sola, como si fuera dueña de casa, haciendo guardia pa’ que no se apagaran ni la luna ni las estreias.

La mamá de Las Hora’ se llamaba Temis. Esta doñita laburaba de Ministra de Justicia, o sea que estaba pa’ acomoda’ los tanto’ en el barrio del Olimpo y en el mundo. Para se’ más clarito: Estaba pa’ evita’ que todo fuera un desastre olímpico. Sabía senta’se al lado de Zeus para aconseja’lo y calma’lo cuando lo veía medio nervioso, porque era de enfurece’se bastante seguido y de ordena’ castigos desmedido’ o injustos cuando ella no podía frena’lo un poco.

Cuando una orden no estaba bien pensada Temi’ le mandaba un fac a la diosa Iris despué’ de corregi’la un poquito. Esta agarraba el avión invisible, ese que supo compra’ la Mujer Maravilla en un remate, y bajaba de raja a lleva’selo al que fuera. Cuando el mandado estaba cumplido se volvía al mango al Olimpo, se servía Ambrosía en las rocas y se recostaba en un sofá del livin’ sin saca’se ni las sandalia’ hasta que Temi’ le mandaba otro fac.

Las Parcas, hijas de Temi’, laburaban como administrativas del Poder Legislativo cerca de su vieja en un palacio de bronce. Tenían la mala costumbre de escribi’ en las parede’ los destinos humano’ más pulenta’ y también de dibuja’ florcitas y corazoncito’ en el bronce. El problema era que no había forma de borra’lo.

Se llamaban Láquesis, Cloto y Atropos. Cada una tenía un escritorio grandote y bien lustrau. Las tres estaban buenas. Todos los día’ iban a labura’ bien pintaditas y vestida’ como pa’ mata’, porque de eso se ocupaban, siguiendo las órdene’ de Zeus. Porque ellas escribían el destino de cada mortal en legajos. Ahí detallaban todos los biene’ y males que iban a tene’ todos en la vida y fijaban el día de toda’ las muerte’. Los diose’ la pasaban de diez porque ni bien terminaban una de sus festicholas ya estaban empezando otra. ¿Te podés imagina’ eso? Bueno, ahora te voy a decí’ el nombre de los diose’ más mejore’ para que te vayai’ acordando. Toda’ las diosa’ eran unas hembras divina’, y los diose’ cargaban la pinta. Te voy a deci’ los nombre’ que le daban los griego’, porque los romano’ después le cambiaron el nombre a todo’, eso no sé por qué pero así fue. Eran: Zeus, Apolo, Ares, Hefesto, Hermes y Poseidón. Ellas se llamaban: Hera, Atenea, Afrodita, Hestia, Artemisa y Deméter. Eran como dos sele’cione’ de vóley. Aparte había otros diose’ que despué’ te voy a i’ diciendo quiénes eran y qué hacían. Uno era Hades, hermano de Zeus, que no vivía en el Olimpo porque se hacía cargo del mundo su’terráneo, otro era Dionisos, que fue el último en muda’se al Olimpo por culpa del trago. Después te voy a conta’ bien de’l.

Mario D. Casas

Proyecto número 3

12 Poemas De Amor

( 12 poemas cortos de amor. 12-24 páginas. Contacto por e-mail: taller.personalizado@mariodcasas.com )

Matemático, geométrico

Volver a ser entero y racional

quiero desde que te quiero,

pues convertido en feliz decimal

mi unidad sólo es deseo.

Y soy tangente que te toca,

mediatriz que te divide,

un vector entre tus rosas,

el sustraendo que te pide.

Soy la raíz de la potencia

del beso enésimo que te dí,

un polinomio de urgencias,

un subconjunto de ti.

Soy compás en torno a tu boca,

soy el arco de tus ojos,

soy la cuerda que cortas

con el radio de tu antojo.

Volver a ser entero y racional

puede resultar igual a cero.

La cordura no puede hacerme mal,

si y sólo si, la recobro y no te pierdo.

Mario D. Casas

Deuda

Te debo mi tiempo pasado, mis sonrisas ausentes,

mis recuerdos olvidados.

¿Será que esos momentos no tuvieron alegría

o que la dicha pasada no supera la presente?

Te adeudo las caricias contenidas,

los rencores, las palabras repetidas.

Por aquello triste que no he dominado

me ha nacido el miedo de revivir lo soñado.

Pon en mi cuenta las penas que mi orgullo te ha causado;

por querer parecerte más firme sólo he logrado tu llanto.

Echa sobre mis hombros tus problemas,

te debo la fortaleza que vence cualquier barrera.

Escucha. Mira bien dentro de mi silencio

porque sólo mi mirada dejará ver lo que siento.

Te adeudo la alegría, el amor, mi vida y tanto más…

A vos me debo y todavía, te adeudo mucho más.

Leer más…

Mario D. Casas