
Todas las personas pueden escribir, tengan o no experiencia y a cualquier edad. Sólo necesitan apelar a los conocimientos que brindan las técnicas literarias para hacerlo cada día mejor. Y esto es así debido a que el autor no nace con un don. El escritor no se diferencia del resto de los mortales. Pero el mito de que la inspiración únicamente les llega a quienes poseen un don para las letras intimida a muchos que aman escribir, haciéndolos sentir incapaces y llevándolos a desistir de hacerlo.
El escritor no es un dios
El lenguaje es tanto un hecho social como una propiedad común de todos los hablantes. Y la escritura sólo exige dos condiciones: una, escribir todos los días; la otra, aprender diversas técnicas. Éstas, constituyen un oficio que debe aprenderse, como cualquier otro.
La inspiración no es algo excepcional
Ahora derribaremos otro mito: Es un error pensar que la inspiración es como una ayuda divina que se les otorga a unas pocas personas especiales. En realidad, es el resultado de aquello que se estuvo fraguando en la mente durante un cierto tiempo. De tal manera, la mente va acumulando y asociando informaciones con respecto a un tema hasta que, de pronto, descubre un resultado novedoso y original. Ese resultado magnífico de la actividad mental es la sobrevalorada inspiración. Y no tiene nada de mágico. Se trata de un acontecimiento común y cotidiano.
Para Henry Miller la inspiración para la creación literaria puede ocurrirte en cualquier momento: mientras conversas con alguien, durante un juego, cuando duermes o mientras la buscas, al escribir. El secreto para que la aproveches al máximo es que cuentes con las mejores herramientas que puedas conseguir. Y todo ese gran conjunto de habilidades constituyen la llamada escritura creativa.
La inspiración: yo y el mundo
La inspiración, según Tennessee Williams: “El proceso por el que se me presenta la idea para una obra ha sido algo que nunca he podido concretar. Una obra parece simplemente materializarse, se va definiendo más y más, como una aparición. Al principio es muy imprecisa, como en el caso de “Un tranvía llamado deseo”, que fue posterior a “La casa de las fieras”. Tenía simplemente la idea de una mujer en los últimos años de su juventud. Estaba sentada sola en una silla junto a una ventana con la luz de la luna derramándose en una cara desolada, y el hombre con quien iba a casarse le había dado plantón.
Creo que estaba pensando en mi hermana porque estaba locamente enamorada de un joven en la International Shoe Company que le hacía la corte. Era muy guapo, y ella estaba profundamente enamorada de él. Cuando sonaba el teléfono casi se desmayaba. Creía que era él que la llamaba para quedar con ella, ¿sabe? Se veían casi todas las noches y, después, simplemente dejó de llamar. Fue entonces cuando Rose empezó a sufrir desequilibrios mentales. De esa visión surgió “Un tranvía llamado deseo”. En aquel entonces llamé a la obra “La silla de Blanche a la luz de la luna”, que era un mal título. Pero fue a partir de aquella imagen, ¿sabe?, de una mujer sentada junto a la ventana, como surgió “Un tranvía llamado deseo”.
Una sugerencia: Estimular la aparición de la inspiración observando lo que ocurre a tu alrededor, sea cual sea el lugar donde te encuentres.
El campo ficticio personal
Para el escritor el juego es salud porque lo conecta con sus raíces, con la imaginación y la fantasía.
Uno de los primeros juguetes del bebé es la palabra. Entonces, el escritor se hace un bien cuando recupera el placer del juego que le proporcionaban las letras, los sonidos, las sílabas. Las rimas y los diversos significados de las palabras se convierten en modernos y atrapantes juegos.
El juego, en conjunto con la creación, conducen al escritor a organizar de otras maneras la realidad y le animan a ser otro. Un ejercicio a practicar diariamente por el escritor podría ser el de imaginarse que es alguien completamente diferente a quien cree que es.
El escritor debe rescatar la espontaneidad de su niñez y jugar con todo lo que esté a su alcance para que la inspiración lo sorprenda más a menudo.
Mario Daniel Casas